Por Dra. Arlen López Arce / Investigadora en Neurociencias Aplicadas
El confinamiento ha tenido grandes cambios en el área educativa, los actores principales: maestros, alumnos e incluso padres de familia, han aprendido y desarrollado nuevas habilidades tecnológicas y de comunicación a distancia. En la otra cara de la moneda, se han vivido situaciones no tan favorables e inesperadas como la deserción escolar y la experiencia de: estrés, miedo, incertidumbre, frustración, angustia y ansiedad.
Ante la probabilidad de regresar a las aulas de manera presencial, en muchos hogares se siente inseguridad o miedo a contagiarse, pese a la labor de prevención en seguridad que las escuelas han tomado.
Es por ello por lo que, hoy la educación presenta un reto, el de generar una toma de conciencia profunda, dentro de una sociedad global que identifique los valores personales, las actitudes positivas como: la empatía, el altruismo, la compasión, la inclusión y el compromiso por cuidar la salud propia y la de los demás.

La neurociencia es la guía, nos ayuda a entender las funciones de nuestro cerebro; cómo atención, memoria, agilidad mental y la reprogramación de hábitos para adaptarnos al cambio y así poder convertirnos en esa mejor versión.
Adicional a ello, la neuroeducación cuya línea de pensamiento y acción es la de acercar a los agentes educativos a los conocimientos relacionados con el cerebro y el aprendizaje; será una herramienta estratégica, que ayudará a los docentes y a los padres de familia a: motivar a los alumnos, fomentar sus capacidades creativas, comprenderlos y reconocerlos.
Para la neuroeducación, las emociones tienen una conexión con la atención, el aprendizaje y la memoria; de ahí la importancia de considerar la práctica de: mantener una actitud positiva, crear vínculos de confianza, realizar ejercicio físico, buscar una hidratación adecuada, buenas horas de descanso, la práctica de la meditación y otras técnicas para la gestión de emociones y estrés.

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