A pesar de que la fatiga y el estrés ya se han vuelto algo cotidiano en nuestra existencia, se nos sigue imponiendo la falsa creencia de que en todo momento debemos dar el máximo.
Laura Gabriela Fabre / PSICÓLOGA

Descansar es una palabra que ya casi no se dice, porque las exigencias de la vida actual parecen haberla prohibido. Sólo la escuchamos cuando vamos al doctor, quien —después de auscultarnos y no encontrar algún padecimiento que justifique nuestros malestares reales o imaginarios– nos dice, mirándonos con seriedad: “Usted tiene que descansar”, a lo que uno responde poniendo cara de sufrido y quejándose de los múltiples impedimentos para hacerlo, como el exceso de trabajo o la falta de tiempo, para al final medio mentir con un “de acuerdo, haré todo lo posible” y salir de ahí pensando que el galeno tampoco descansa nunca. Así que conviene preguntarse: ¿el descanso es un privilegio, una decisión o una imposición?
A pesar de que la fatiga y el estrés ya se han vuelto algo cotidiano en nuestra existencia, se nos sigue imponiendo la falsa creencia de que en todo momento hay que dar el máximo, con frases como “ya descansaremos en el panteón” o “el que descansa es un flojo”, cuando en realidad el descanso es una necesidad por motivos de salud no sólo física y emocional, sino también espiritual.
Qué NO es descansar
Descansar NO es dormir. Creemos que con dormir basta para reponernos del cansancio, pero se trata de una acción solamente física que sirve para permitirle a nuestros órganos un periodo de reparación y a nuestro cerebro llevar a cabo múltiples funciones para nosotros desconocidas, pero vitales para nuestra supervivencia.
Descansar NO es irse de vacaciones. Las vacaciones generan mucho estrés por diversos motivos: cuando algo no sale como lo planeamos, que nuestro cuerpo se tenga que adaptar otro clima, ambiente y alimentación, el desgaste provocado por los traslados, las demandas de la familia o acompañantes, los imprevistos que tienen que ser resueltos… todo eso nos cansa más que nuestra vida cotidiana. Sí, viajar es delicioso, pero hacerlo no implica descansar.
Descansar NO es cambiar de actividades. El dicho popular “estoy descansando haciendo adobes” se refiere a quienes se dedican a trabajar durante el tiempo de descanso en una labor distinta a la habitual, como reparar lo que está mal en casa, arreglar el clóset, seleccionar y deshacerse de lo viejo o inútil… ¡pero eso tampoco es descansar!

Qué SÍ es descansar
Entonces… ¿qué es descansar? ¡Exactamente lo contrario a cansarse! Estar en cualquier actividad cansa, mientras que descansar es no hacer nada… ¡nada! Pero las creencias populares ven negativamente la inactividad o la confunden con una flojera muy mal vista, pues un flojo no progresa, no crece y no aporta.
Para descansar debemos cerrar los ojos y poner la mente lo más en blanco que se pueda, sin movernos, en una posición relajada y cómoda, en un lugar donde nadie pueda interrumpirnos. Y olvídate de esas creencias que te introyectaron cuando eras niño y todavía te hacen sentir culpable (“la ociosidad es la madre de todos los vicios”, “ponte a hacer algo, chamaco flojo”, “te voy a acusar con tus papás”…).
Descansar no es una opción, sino una necesidad vital como la de comer o dormir. Tampoco es un privilegio ni debe ser privativo de una clase social o de un estilo de vida, pues antes que nada es un requerimiento de nuestro cuerpo, una exigencia de nuestra mente y sobre todo un recurso del alma que nos impide robotizarnos en un mundo deshumanizado por la prisa, el dinero, la tecnología y el cambio acelerado de todas las cosas.
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