MÓNICA CÁZARES / Directora de EPUHC
El amor paterno se orienta al mundo de los principios, las ideas y los ideales, y subyace a la experiencia de adjudicación de valor que caracteriza al respeto, la admiración y la devoción (y, en su grado supremo, a la adoración).
Tras la crisis de nuestra sociedad está el deterioro de nuestra conciencia, por lo que necesitamos un cambio, y qué mejor que empezar por superar nuestra muy problemática mente patriarcal. El hambre de amor materno y paterno lleva a la mayor parte de las personas a una dependencia afectiva y una obediencia compulsiva que son enajenantes y constituyen distorsiones, falsificaciones y caricaturas del amor.
De esta mente patriarcal, según Claudio Naranjo, han cristalizado nuestras formas de vida, instituciones y leyes, en plena crisis de obsolescencia. Es el caso de tantas buenas personas movidas más por el deber que por la empatía o la ternura, y también, colectivamente, el de la gran disonancia entre nuestra retórica democrática y nuestra incapacidad de justicia y equidad.
Pero el dominio del concepto de padre en la sociedad, en la cultura y a través de la historia, se ha expresado a través de una sobrevaloración del saber a expensas del amor y de la libertad. Además, en un mundo que ha castigado e inhibido la ternura, la espontaneidad y la naturalidad masculina, se nos ha robado el amor y la autenticidad, se nos ha empequeñecido y aislado, interfiriendo con un potencial de hermandad sin el cual no puede florecer una sociedad sana.
El amor al prójimo constituye una expresión del ágape o amor-bondad. Podemos reconocer en el amor a uno mismo a nuestro niño interior, que nos llevará a la conciencia del amor- fortaleza interior y hacia el Padre-Amor.
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