Redacción Revista Más Sana
México se ha transformado durante los primeros años de este siglo, pero los ciudadanos que hicieron posible esta transformación no pueden ser los mismos que han de llevarnos hacia el futuro. Las nuevas generaciones tienen que participar para que los cambios que requiere nuestro país no dejen de suceder.
Durante el siglo XX, apenas terminada la Revolución, México comenzó a crecer a un ritmo que causó el asombro internacional, un fenómeno que fue bautizado El milagro mexicano. Pasamos de ser un país rural a uno urbano, de ser pobres a ver el nacimiento y desarrollo de una clase media, de vivir en promedio 40 años a sobrepasar los 70, de ser agricultores a una potencia manufacturera. La crisis económica de los últimos 30 años del siglo nos volvió a retrasar, pero aprovechamos el creciente descontento social para cambiar un régimen de un solo partido en el poder y comenzar a vivir en una democracia que avanza a trompicones, pero que no parece querer detenerse.

Sin embargo, a pesar de estos grandes avances aún hay problemas por resolver, y eso requiere de una nueva conciencia social para organizarnos y encarar los muchos retos que aún tenemos pendientes. Para ello tenemos que dejar atrás el paternalismo que nos ha lastrado por siglos, ese amor/odio que profesamos al gobierno, al que denostamos cuando no nos da y le perdonamos todo cuando nos concede migajas de lo mucho que necesitamos. Tenemos que convertirnos en ciudadanos comprometidos activamente, comenzando con nuestro entorno inmediato: dejar de esperar las prebendas del gobierno federal y comenzar por nuestros respectivos pueblos y ciudades, donde podemos hacer oír nuestra voz y detonar el desarrollo, como ya ha sucedido en varias ciudades y regiones: Guadajalara se ha vuelto especialista en la producción de aparatos electrónicos y software, Puebla y el Bajío en automóviles, Querétaro en la industria aeronáutica, por citar solo algunos casos de éxito. Aunque parezca paradójico, en una economía global es necesario un enfoque local.
También debemos de aprender a pedir y hasta a exigir los resultados de las instancias a las que les corresponde. Lejos están ya los tiempos en los que prácticamente todo se decidía desde la presidencia de la República, pero seguimos desconociendo las funciones y deberes de un poder dividido en tres rubros (ejecutivo, legislativo y judicial) y en tres niveles (federal, estatal y municipal). El primer paso para que nuestras autoridades ejerzan su poder es reconocer las facultades que tienen y no tienen, saber a quién llamar a cuentas. Y, lo más importante: entender el importante papel de la sociedad civil. Cada vez son más las organizaciones no gubernamentales (ONG) que promueven y proveen cosas que faltan en la sociedad, y que han logrado hitos que el gobierno federal nunca quiso hacer o simplemente no pudo: una justicia más expedita, una rendición de cuentas más oportuna y un sistema electoral independiente del poder, entre muchos otros logros. El futuro está en nuestras manos… ¿estás listo para sumarte a un esfuerzo colectivo?
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