Ella y Él
Nos merecemos. Todo lo demás es mera circunstancia.
María Luisa Deles / ESCRITORA
Un lunes de quinta lo vio por primera vez. Le apretaban los zapatos, debía dos litros de leche en la tienda de la esquina y no ajustaba para acabar la quincena, pero ahí estaba Él, todo guapote y bienoliente, haciéndole sospechar la existencia de algo llamado buena estrella. Ella celebraba estreno, un empleo nuevecito en mitad del otoño más húmedo en el norte del Ecuador, a pesar de haberse tirado el café caliente sobre la falda y perdido el último camión vacío del Ruta.
Había coincidido con decenas de hombres más apuestos, aunque de lejos, porque todo apunta a que Ella no era el tipo de mujer que podía atraer su interés. No sabía entonces que éste en particular era de la clase que más valía dejar pasar de largo. Visto de frente: muy buena estatura, manos grandes y sonrisa cínica; visto de espaldas: un excelente trasero con un aviso en letra Arial de 28 puntos que a la letra decía: “No voy a quererte y, lo que es mejor, no va a importarme que me quieras”.
Con estos antecedentes, Ella: lindos ojos, buenas piernas, corazón de condominio, se dejó acosar consciente de que para afanes como aquellos se requerían ineludiblemente dos. Él: brazos enérgicos, torso de ensueño, tuvo la decencia de no hablarle de amor por no dejar cosa alguna que sobreentender, pero la llamaba a todas horas y se le aparecía en los lugares más incómodos y oscuros para toquetearla a destajo. Ella quiso creerle casi todo, después le pidió muy poco y más tarde acabó conformándose con la mitad.
Ella no recuerda si fue un martes o un miércoles cuando se encontraron por fin a solas y descubrió, que lo más malo de todo, era que Él era en verdad muy bueno. Que besaba despacito pero con cadencia y que su cuerpo se veía mucho mejor sin trapos bajo la luz indirecta de una lámpara bien mustia. Él allí se dejaba querer, como seguramente hacía con todas, porque su corazón no era un condominio sino una ciudad sobrepoblada con un dispensador de fichas para tomar turnos en la salchichonería.
A Él lo deseaban todas: la recepcionista morena de cara preciosa, la vecina rubia de ojos translúcidos, la novia oficial —de todas, la más terca– y hasta la jefa de contabilidad, quien solía fingir desmayos cuando se topaban en el archivo muerto. Suspiraban por Él las de facturación y las empacadoras, las analistas, las becarias y el chico de la correspondencia que no había cumplido los veinte aún. Ante tal demanda, Ella miraba hacia otro lado y ponía muy buena cara para no hacer el caldo gordo, Él nunca le había ofrecido la tan sobrevaluada exclusividad.
Ella se enamoró un jueves entre las seis y las nueve. La tarde era muy húmeda, tenían la ropa desparramada en el suelo y varias copas encima, pero no intentó articular palabra nomás por no desperdiciar la tarde. “Pídeme que me detenga, que esto no está bien”, cantó Carreira de lo más oportuno, mientras Ella jugaba al mudo y se escondía bajo las sábanas calientitas. Sordo de pasión como otras veces, Él contribuyó ignorante a esos sueños locos y siguió agarrándola a los besos para aprovechar la lluvia que mojaba más por dentro.
Brazos enérgicos y Buenas piernas siguieron encontrándose con regularidad y esmero más allá de un tiempo necesariamente responsable. Semanas iban, inviernos venían y el paisaje no sobrepasaba sus cuatro paredes de siempre. Ella continuó enamorándose de a poco, porque en el fondo estaba hecha al mal acontecer de las pasiones y, Él, aunque nunca la quiso como Ella quería, acostumbrándose a esos encontronazos libres de angustia que lo ponían tan de buen humor.
Ella lo dejó un viernes de quincena. Tenía ya una cuenta gorda en el banco y había llenado el clóset con varios pares de zapatos del mismo color. No debía en la tienda de la esquina, manejaba un auto de la empresa y evitaba los productos de origen lácteo. Algunas partes de su cuerpo se rehusaban a seguirla, pero igual se alejó caminando con paso lento hasta llegar lo más lejos que pudo. Él, en cambio, se lamentó por la pérdida lo que dura un güisqui en las rocas y luego se fue a jugar un partido de tenis.
Ella volvió con Él el lunes siguiente.
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