La cantidad de impactos publicitarios a los que nos exponemos cada día no para de crecer, sobre todo desde que la publicidad saltó a entornos ubicuos, como las redes sociales y las páginas web.
Liliana Manzano / GERIATRA Y GERONTÓLOGA
En estos días no es difícil encontrar argumentos para creer, de una u otra manera, que vivimos en una sociedad cada vez más enferma y deshumanizada. Algunas líneas de pensamiento proponen el consumo como la única posibilidad para alcanzar la felicidad, y esta idea errónea promueve escenarios poco alentadores, como el que cada vez más personas estén comprometiendo su salud e integridad a través de algunas prácticas desmedidas.
A todas luces resulta cierta la relación del consumo con la mala salud. Uno de los más claros ejemplos de este impacto negativo es la alimentación de las personas de todas las edades, y principalmente la de los niños, por la importancia que tiene la infancia en el desarrollo físico y psíquico del resto de la vida.
Algunas patologías, como la obesidad o la depresión, se originan en la publicidad engañosa, que nos hace creer que podremos resolver tal o cual problema consumiendo indiscriminadamente alimentos, bebidas, artículos “milagro” y otro tipo de productos. Y esta necesidad de consumo puede incluso afectar a la salud psíquica, por los problemas de ansiedad que provoca.
Desafortunadamente, la cantidad de impactos publicitarios a los que nos exponemos cada día no para de crecer, sobre todo desde que la publicidad saltó a entornos ubicuos, como las redes sociales y las páginas web.
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