Enrique Piña / Psicólogo, Terapeuta especialista en desarrollo humano y Capacitador con estudios de coaching ontológico.
¿Alguna vez te has preguntado el impacto que tiene la manera en la que decides día a día? La toma de decisiones y la responsabilidad son temas importantes en nuestra vida. Nos han enseñado tanto a obedecer, que muchas veces nos olvidamos de lo que queremos, a todo momento nos piden responder con prudencia, pero en la escuela no hay una materia que nos enseñe cómo hacerle, cómo adoptar nuestro papel de arquitectos de nuestra realidad.
Si comienzas a adoptar la responsabilidad en tu vida, tendrás la oportunidad de crecer en todos los sentidos, pero ahora ¿Cómo le hago para juntar la responsabilidad con la habilidad de tomar decisiones? Para responder lo anterior, exploremos tres actitudes que tenemos disponibles a la hora de tomar una decisión.

La primera es la impulsividad, sabemos que es aquella acción en la que no nos permitimos pensar ni un poco en todo el panorama, que va desde consecuencias inmediatas, hasta consecuencias a largo plazo, nos falta ese filtro en el que podríamos visualizar dichas consecuencias, por el contrario, respondemos casi de manera inmediata a las exigencias del medio, nos gana la emoción y somos viscerales ante los eventos, siendo que después, al bajarse la emoción, nos damos cuenta que no respondimos de la mejor manera y ahora en su lugar queda la culpa, emoción que nos “bajonea” y nos incomoda, incluso hasta nos avergüenza.
La segunda opción es no responder o tardar una eternidad para tomar una decisión, se llama “rumia” y es aquella característica de nuestra conciencia en la que le damos vueltas y vueltas a un asunto, poniendo un sinfín de escenarios ante una u otra manera de actuar, nos paraliza el miedo y no nos deja avanzar.

La tercera y última actitud, es la responsabilidad y es aquella que nos brinda analizar de manera objetiva las consecuencias de nuestros actos y sin paralizarnos, nos ayuda a tomar la decisión en donde estén involucrados los escenarios en donde nos convienen las consecuencias de nuestros actos, es aquí donde le ganamos a las dos primeras actitudes y avanzamos hacía un lugar congruente con lo que queremos para nuestra vida.
Pongamos como ejemplo una situación, en donde estamos a punto de cruzar una calle, el semáforo está en amarillo a punto de cambiar a rojo, sabemos que nos está indicando una señal de alerta, el impulsivo simplemente se cruza sin pensarlo, el rumiante se queda pensando en lo que significa cada color del semáforo y puede que nunca cruce, y el responsable, analiza los datos y toma una decisión que no lo ponga en riesgo, pero tampoco que lo paralice, es decir, espera el verde. Hay situaciones que no nos exigen mucho y tal vez no merezcan todo un análisis que nos detenga en la rumia, pero a su vez también es importante distinguir aquellas que sí requieren un poco más de sapiencia, que no son cualquier cosa y merecen un poco de nuestro tiempo que, si respondemos impulsiívamente, tal vez podamos arrepentirnos después.

¿Con qué actitud te identificas? Analiza, decide y actúa, siempre congruente con tus objetivos, hay muchos especialistas con habilidades de acompañamiento para que aprendas a tomar tus decisiones, nunca está mal pedir apoyo, nuestras metas merecen ser alcanzadas y para ello requerimos decidir momento a momento, hazlo con sabiduría y seguro acertarás.
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