Redacción Más Sana
Reconocer que nuestra familia es tóxica es tan confrontante como cuando un adicto reconoce que lo es.
Detectar en nosotros culpa, miedo, angustia, rabia y tristeza incubados desde nuestra niñez por el maltrato de nuestros padres, tarde o temprano detona en nuestra vida adulta y trastoca todas nuestras relaciones: pareja, trabajo, economía, salud, familia, autoestima, y lo peor de todo: en nuestros hijos.
Por eso, si tuvimos padres tóxicos, ese veneno vive y se manifiesta en nosotros, haciéndonos sentir vacíos e infelices. ¿Qué hacer con esta realidad?, ¿nos podemos liberar de ese legado? Claro que sí.
El primer paso es reconocer el daño recibido desde la infancia, y del cual no somos culpables, y el segundo paso es, de ahora en adelante, asumir la total responsabilidad para transformar nuestro destino y hacer algo positivo con nuestra vida. Decidirse por este trabajo de desintoxicación familiar es muy profundo, en ocasiones extenuante pero siempre doloroso, porque estos cambios nos arrojarán irremediablemente a tomar una decisión: permanezco en mi familia pero bajo otras reglas y poniendo límites, o bien, rompo con ella para siempre.
“Por este trabajo se paga un precio emocional. Una vez que desmonte sus defensas, descubrirá sentimientos de rabia, angustia, dolor, confusión y pena. La destrucción de la imagen que de sus padre ha tenido durante toda la vida puede movilizar en usted intensos sentimientos de pérdida y abandono”, advierte en su estupendo libro Padres que odian de Susan Forward.
Para romper el ciclo de toxicidad es necesario renunciar a la ilusión de que los padres cambien, reconozcan el maltrato que nos hicieron, que nos acepten como somos sin juzgarnos, o respeten nuestras decisiones de vida. La mayoría de las veces se requiere de un acompañamiento terapéutico y un círculo de afectos incondicionales para afrontar este camino, que aunque es doloroso y complicado, vale la pena: es la única manera de mejorar como seres humanos, conquistar una libertad y consciencia como adultos y poder ofrecer una relación estrecha, abierta y sana con nuestros hijos.
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