Érika Rivero Almazán / DIRECTORA DE MÁS SANA
¿Eres de los que hacen planes para viajes lejanos, comprar el auto y la casa deseados desde la infancia, tener la pareja ideal y obtener el empleo soñado, pero todo lo maquinan desde el sillón confortable de su hogar? O tal vez tienes deseos menos pretenciosos: culminar los estudios interrumpidos, pasear por esa ciudad que viste anunciada, llamar a esa persona con la que aún tienes una deuda pendiente por aclarar…
Pero claro, ahora no puedes llevar a cabo ninguna de esas cosas porque no tienes tiempo ni dinero. Y ya transcurrió una semana, un mes, un año, una década. Más hoy, otro día que se acumula. No importa: siempre existe un mañana. ¿O no?
Probablemente no. Porque el tiempo es un recurso no renovable. Y perece que olvidamos ese pequeño pero crucial detalle.
Optamos por la estabilidad y comodidad hasta un grado nada saludable: cuando la maleza ya creció desordenada a nuestro alrededor mientras dormíamos en la inconsciencia del “ya habrá tiempo”.
Y luego nos preguntamos “¿por qué ya no quiero o ya no disfruto esa pasión, ese sueño que antes me emocionaba tanto? Porque el agua estancada se pudre. Si no movemos nuestro cuerpo, nuestra voluntad, talentos, ideas y entusiasmo, nuestras articulaciones vitales se oxidan. Lo que antes nos extasiaba hoy puede lucir opaco o inalcanzable. Y entonces la mente nos termina por engañar: ya para qué, el tiempo pasó y es demasiado tarde. Ya es imposible.
Tampoco se trata de lanzarte a la aventura en todo momento para vivir experiencias exóticas. Eso es evasión pura. Es convertirte en un caballo desbocado que corre el peligro de desbarrancarse en cualquier momento.
Se trata de tener consciencia del hoy, del presente. De responder al regalo más preciado, la vida, con responsabilidad y agradecimiento. De caminar con la guía de un propósito. Es decir “sí” a la vida”, con todas sus consecuencias. ¿O acaso estás dispuesto a perder la gran oportunidad para lanzarte a la aventura de vivir?
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