El ser cuasi-perfecto que hemos creado en nuestros perfiles de redes sociales dista mucho de la persona que vemos frente al espejo, lo que dificulta una interacción real con los demás.
Fernando Maldonado / WEBMASTER
Hoy en día es cada vez más común encontrarnos con la cabeza baja, abstraídos, mirando la pantalla de nuestros teléfonos mientras el mundo sigue girando y los minutos transcurren sin que seamos conscientes de ello, alimentando a ese ser que protagoniza nuestros perfiles de Facebook, Instagram, Snapchat o Twitter. Aquel que tiene cientos de amigos, likes, comentarios positivos, viaja a lugares interesantes, come en los mejores restaurantes, acude a fiestas, es políticamente correcto y carece de defectos. Ese es el ego de nuestro perfil que alimentamos día a día cada hasta hacerlo parecer propio de un ser sin mácula, pues lo hemos moldeado a nuestro gusto para aparentar ante los demás lo que siempre hemos querido tener: una vida perfecta.
La vanidad se ha vuelto parte de nosotros y de la sociedad actual. Cada vez se gasta más dinero en productos de belleza, tratamientos y cirugías, entre otras cosas, y la tecnología no se ha quedado atrás en la búsqueda de embellecernos para ser “la mejor versión de nosotros mismos”. Actualmente encontramos aplicaciones y filtros que nos permiten aclarar ojos y piel, ponernos barba, afinar nariz y rostro e incluso el modo “embellecer” de nuestras cámaras selfie, todo ello con el afán de lucir perfectos para nuestro perfil y recibir la aprobación de la sociedad en forma de likes, que son capaces de generar —según un reciente estudio elaborado por la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA)– una reacción cerebral similar a la que se detona cuando comemos un chocolate o ganamos dinero.
El ser cuasi-perfecto que hemos creado en nuestros perfiles ahora dista mucho de la persona que vemos frente al espejo y con quien pasamos día y noche, dificultando las interacciones humanas y obligándonos a hacer uso de nuestro teléfono móvil para comunicarnos y hasta para conocer personas nuevas, las cuales seguramente se decepcionarán al conocernos en persona cuando constaten que no nos vemos igual que en nuestro perfil.
Quisiera llamar a un momento de reflexión, dejar el teléfono celular un momento, escuchar nuestros pensamientos, nuestras emociones, nuestro verdadero yo y preguntarnos: ¿Quién soy? ¿Soy feliz? ¿Me acepto como soy? ¿Estoy dispuesto a abrir mi corazón con todas sus virtudes y defectos?
Debemos recordar que la tecnología, como cualquier herramienta, no es buena ni mala: puede ser usada para construir y crear o puede utilizarse para destruir. ¿Estamos utilizándola para crecer como personas? ¿Para enlazarnos con aquellos que están lejos? ¿O para desconectarnos des aquellos que tenemos cerca, empezando por nosotros mismos?
Creo que es momento de dejar de embellecer tanto la portada de nuestro libro y trabajar más en su contenido que, a mi parecer, es lo que más importa. Dejemos de alimentar el ego de nuestros perfiles y alimentemos nuestra alma.
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