
Un coche que ya no funciona, un celular inservible, ropa que no se usa o incluso una relación agotada. Muchas personas conservan cosas y vínculos que ya no les aportan bienestar. ¿Por qué cuesta tanto soltar?
Desde la psicología, el apego no es racional, sino emocional. Los objetos y las relaciones representan logros, recuerdos, etapas de vida y expectativas. Soltarlos no solo implica perder algo material, sino despedirse de una versión del pasado.
El miedo juega un papel central. La llamada aversión a la pérdida hace que perder duela más que lo que satisface ganar algo nuevo. Por eso, se prefiere cargar con lo que ya no sirve antes que enfrentar la incertidumbre del cambio. En las relaciones, este temor se traduce en frases como “tal vez mejore” o “ya invertí demasiado tiempo”.
El problema aparece cuando el apego se vuelve una carga: genera estrés, impide avanzar y afecta la calidad de vida. Un coche que se descompone, un objeto inútil o una relación rota dejan de ser vínculos y se convierten en peso emocional.
Soltar no significa borrar el pasado ni invalidar lo vivido. Implica reconocer que algo cumplió su función. Empezar por desapegos pequeños, separar recuerdos de objetos y entender el cambio como autocuidado son pasos clave.
Porque soltar no siempre es perder. Muchas veces, es avanzar y elegirse a uno mismo.
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