
Lo importante es que la ropa no se convierta en un obstáculo —ni económico ni emocional— para iniciar o mantener una rutina.
Redacción Más Sana
En gimnasios, parques y estudios de entrenamiento, la escena se repite: leggings de compresión, camisetas “dry-fit”, tenis ultraligeros y conjuntos que parecen recién salidos de una pasarela deportiva. El auge de la ropa fitness no es nuevo, pero en los últimos años la tendencia ha escalado a un punto donde la moda y el rendimiento han comenzado a mezclarse hasta volverse indistinguibles. ¿Qué tanto influye realmente la vestimenta en el ejercicio? ¿Es cuestión de funcionalidad o de estética? ¿Bienestar o vanidad?
Especialistas en deporte coinciden en que la ropa adecuada sí puede mejorar la experiencia física. Materiales transpirables, prendas de compresión y tenis diseñados para distintos impactos aumentan la comodidad y reducen el riesgo de lesiones. “La tecnología textil actual permite que los deportistas se mantengan frescos, eviten irritaciones y tengan soporte muscular. Eso mejora el desempeño, aunque no lo define por completo”, explica Carlos Rivas, entrenador certificado.
Sin embargo, la otra cara de esta tendencia apunta a un mercado multimillonario que capitaliza el deseo de lucir bien mientras se entrena. Marcas globales y locales han creado una cultura donde la estética parece tan importante como la constancia, y donde estrenar outfit se ha convertido casi en un ritual motivacional. Para algunos usuarios, la ropa fitness funciona como un impulso psicológico: vestir prendas que los hacen sentir seguros o enérgicos puede incrementar la disciplina y la adherencia al ejercicio.
Pero este fenómeno también despierta cuestionamientos. Sociólogos y especialistas en consumo advierten que la industria del “athleisure” —ropa deportiva usada dentro y fuera del ejercicio— ha difuminado la frontera entre bienestar y mercadotecnia, promoviendo la idea de que para entrenar bien hay que invertir mucho. En redes sociales proliferan imágenes de rutinas impecablemente vestidas que, más que mostrar salud, ilustran estándares de apariencia difíciles de sostener.
“La presión por ‘verse fit’ incluso al entrenar puede convertirse en un distractor del objetivo real: mover el cuerpo, mejorar la salud y disfrutar la actividad física”, señaló la psicóloga deportiva Mariana Torres. Esta presión, agrega, puede derivar en ansiedad o en la falsa creencia de que sin la ropa adecuada no vale la pena ejercitarse.
Entre funcionalidad y moda, los expertos recomiendan encontrar un equilibrio. La clave, dicen, está en elegir prendas cómodas, que acompañen el movimiento, sin caer en la idea de que la marca o el precio determinan la calidad del entrenamiento. Para algunos, bastará con una camiseta de algodón; para otros, con un conjunto técnico. Lo importante es que la ropa no se convierta en un obstáculo —ni económico ni emocional— para iniciar o mantener una rutina.
Mientras la industria continúa creciendo y multiplicando opciones, la conversación invita a una reflexión más profunda: al final, el ejercicio es un acto de autocuidado. Y aunque la ropa puede influir en cómo se siente una persona al entrenar, el verdadero impulso proviene del cuerpo que se mueve, no del outfit que lo acompaña.
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