
El término “woke”, que surgió originalmente en Estados Unidos como una expresión de alerta frente a las injusticias sociales, ha evolucionado para abarcar un amplio espectro de debates culturales y políticos. Hoy, ser “woke” se asocia con la conciencia sobre desigualdades raciales, de género, derechos LGBTQ+ y justicia social, promoviendo acciones para transformar estructuras históricamente discriminatorias.
Sin embargo, la popularización del concepto también ha generado polarización ideológica. Para algunos, el “woke” representa un compromiso activo con la equidad y la inclusión; para otros, se percibe como un exceso de corrección política que limita la libertad de expresión o genera conflictos innecesarios. Este choque de perspectivas ha llevado a que el término sea objeto de debates intensos en redes sociales, medios de comunicación y espacios académicos.
Expertos en sociología y comunicación señalan que el fenómeno “woke” refleja un cambio cultural profundo, donde los individuos buscan alinear sus valores con sus acciones cotidianas, desde la elección de productos hasta la participación en movimientos sociales. No obstante, advierten que su interpretación puede variar según el contexto político, económico y cultural de cada país, provocando malentendidos y confrontaciones.
En este escenario, ser “woke” no es solo una etiqueta, sino un ejercicio de conciencia crítica, que invita a reflexionar sobre la propia posición frente a la justicia social, la equidad y la responsabilidad ciudadana. Al mismo tiempo, evidencia los desafíos de construir consensos en sociedades diversas, donde el diálogo y la tolerancia se vuelven esenciales para avanzar más allá de la polarización ideológica.
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