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Sabores de la infancia: cómo la comida despierta recuerdos y emociones

Los aromas y sabores tienen un poder único: transportar a las personas a momentos específicos del pasado, en especial a la niñez. Platos sencillos como un chocolate caliente, una sopa casera o un pan recién horneado pueden evocar escenas familiares, lugares y emociones que parecían guardados en la memoria.

De acuerdo con especialistas en psicología y gastronomía, este fenómeno se debe a la estrecha conexión entre el sentido del gusto, el olfato y el sistema límbico, la parte del cerebro que regula las emociones y los recuerdos. La experiencia de comer no solo satisface una necesidad física, sino que también activa recuerdos profundamente arraigados.

En muchas culturas, las recetas tradicionales se transmiten de generación en generación, convirtiéndose en un puente emocional entre pasado y presente. Preparar un platillo con la misma técnica y los mismos ingredientes que usaban las abuelas o madres no solo preserva la herencia culinaria, sino que también fortalece la identidad familiar.

En la actualidad, el interés por recrear “sabores de la infancia” ha crecido, impulsando a restaurantes y reposterías a incluir en sus menús platillos nostálgicos. Para muchos, probarlos es más que un simple acto de comer: es revivir la calidez de un hogar, el cariño de seres queridos y la inocencia de aquellos primeros años.

En tiempos de cambio y ritmo acelerado, reconectar con la comida que marcó la infancia se convierte en un refugio emocional, un recordatorio de que los sabores también cuentan historias.

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