
La educación emocional, la terapia, la respiración consciente, el ejercicio físico y prácticas como el journaling o escribir un mensaje sin enviarlo, son herramientas cada vez más utilizadas para manejar el enojo sin negarlo.
Redacción Más Sana
En la era de los mensajes instantáneos, las respuestas inmediatas y la exposición constante en redes sociales, las emociones se viven a flor de piel. Una de ellas, la ira, ha dejado de ser un simple estallido para convertirse en un proceso complejo, muchas veces incomprendido y mal gestionado. La frase “no estoy enojado, solo estoy procesando” se ha vuelto común en conversaciones cotidianas, reflejando la necesidad de resignificar el enojo como una emoción legítima, no necesariamente destructiva.
En tiempos hiperconectados, en los que todo se comparte y opina en tiempo real, el enojo se amplifica y muchas veces se malinterpreta. Un mensaje sin respuesta, un comentario pasivo-agresivo o una noticia indignante pueden detonar reacciones intensas que afectan relaciones personales, ambientes laborales y la salud mental. Sin embargo, especialistas afirman que aprender a identificar, expresar y canalizar la ira es esencial para evitar que se convierta en una emoción crónica o explosiva.
“La ira no es mala en sí misma. Es una señal de que algo nos incomoda, que nuestros límites han sido cruzados o que necesitamos tomar acción”, explica la psicoterapeuta Alejandra Pino. “El problema surge cuando no sabemos qué hacer con ella: la reprimimos, la negamos o la dejamos estallar sin control”.
En este contexto, el concepto de “procesar” cobra relevancia. Muchas personas, sobre todo en generaciones jóvenes, han comenzado a nombrar sus emociones con mayor precisión y a reconocer que no todo enojo necesita una reacción inmediata. Tomarse unos minutos —o incluso horas— para entender qué se siente, por qué se siente y cómo abordarlo es parte de una nueva alfabetización emocional.
Las redes sociales han influido de forma ambivalente. Por un lado, han normalizado hablar de salud mental y autocuidado; por otro, pueden alimentar ciclos de reactividad emocional constante. “Estamos entrenados para reaccionar, no para reflexionar”, advierte la especialista. “Y eso nos deja vulnerables a que la ira se apodere de nosotros, en lugar de que nosotros podamos gestionarla”.
La educación emocional, la terapia, la respiración consciente, el ejercicio físico y prácticas como el journaling o escribir un mensaje sin enviarlo, son herramientas cada vez más utilizadas para manejar el enojo sin negarlo. Porque en realidad, como apunta la frase, no siempre se trata de estar enojado, sino de estar sintiendo mucho al mismo tiempo.
En un mundo que premia la inmediatez, aprender a pausar es un acto de inteligencia emocional. Entender la ira como una emoción que puede escucharse, procesarse y canalizarse abre la puerta a relaciones más saludables, decisiones más claras y una convivencia menos impulsiva. Porque no todo lo que arde quiere destruir; a veces, solo está buscando ser comprendido.
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