
Además, urge cerrar la brecha tecnológica que obliga a comunidades vulnerables a recibir aparatos de segunda mano sin garantías ni opciones de disposición final.
Redacción Más Sana
En un mundo cada vez más digitalizado, la renovación constante de dispositivos electrónicos se ha convertido en norma. Celulares, computadoras, televisores, electrodomésticos inteligentes… todos tienen una vida útil cada vez más corta y, al final de su ciclo, terminan engrosando una de las crisis ambientales más urgentes y menos visibilizadas: la basura electrónica.
¿Qué es la basura electrónica?
Conocida también como residuos electrónicos o e-waste, se refiere a todos aquellos aparatos eléctricos y electrónicos desechados por sus usuarios, ya sea porque dejaron de funcionar, quedaron obsoletos o simplemente fueron sustituidos por versiones más nuevas. Esto incluye desde un viejo celular hasta refrigeradores industriales.
De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas, el mundo generó en 2022 más de 62 millones de toneladas de residuos electrónicos, y se espera que la cifra siga aumentando, impulsada por el consumo acelerado y la obsolescencia programada.
Una amenaza para el ambiente… y para la salud
La basura electrónica contiene materiales altamente contaminantes como plomo, mercurio, cadmio o bromo, además de plásticos no biodegradables. Cuando estos residuos no son manejados adecuadamente, se filtran en el suelo, contaminan fuentes de agua y liberan gases tóxicos al ser incinerados.
Además, la exposición prolongada a estos materiales tóxicos afecta directamente la salud humana. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), comunidades cercanas a vertederos electrónicos presentan mayores riesgos de enfermedades respiratorias, daños neurológicos y afectaciones renales.
El costo social de reciclar mal
Más allá del daño ambiental, el manejo informal de residuos electrónicos —frecuente en países en desarrollo— representa también un problema social. En muchas regiones, los aparatos electrónicos son reciclados de manera artesanal, sin protección adecuada, por trabajadores en condiciones precarias, incluyendo niños y adolescentes.
Estas prácticas, además de peligrosas, perpetúan ciclos de pobreza y marginación. El negocio del reciclaje informal genera millones, pero sin regulaciones, es más un foco de explotación que de empleo digno.
¿Y en México?
Nuestro país genera más de 1.2 millones de toneladas de basura electrónica al año, según datos del Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático. Sin embargo, menos del 15% se recicla de manera adecuada.
Aunque existen puntos de recolección y campañas de acopio en varias ciudades, el sistema aún es insuficiente. La falta de educación ambiental, la escasa regulación y el bajo interés empresarial son barreras que frenan una gestión responsable de estos residuos.
Soluciones urgentes y necesarias
El reto de la basura electrónica requiere un enfoque multidimensional. Expertos coinciden en que es necesario:
- Promover legislaciones más estrictas para fabricantes, incluyendo políticas de responsabilidad extendida.
- Fomentar el eco-diseño de productos, más duraderos y reciclables.
- Incentivar el consumo responsable y la cultura de reparación.
- Ampliar la infraestructura de reciclaje formal y educar a la ciudadanía sobre el manejo correcto de estos residuos.
Además, urge cerrar la brecha tecnológica que obliga a comunidades vulnerables a recibir aparatos de segunda mano sin garantías ni opciones de disposición final.
Conclusión
La basura electrónica no solo representa una amenaza ambiental, sino un espejo de nuestras prioridades como sociedad. Mientras los avances tecnológicos siguen a paso veloz, el desafío es construir un futuro donde el progreso digital no implique el deterioro del planeta ni la explotación de las personas.
El manejo responsable de los residuos electrónicos no puede seguir siendo una opción: es una urgencia ecológica y un imperativo ético.
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