Encontrarse a uno mismo no es un regalo que se reciba de otro, sino el fruto de incontables desvelos.
ALEJANDRO JODOROWSKY / Psicomago
Muchas personas me preguntan cómo domar al ego y despertar al Dios Interior, y me piden un consejo de Psicomagia para lograr rápidamente esta esencial mutación. Yo, que antes de los 40 años andaba perdido en el laberinto de mi ombligo, buscando el triunfo artístico y creyendo que los otros sólo eran una fuente de futuros aplausos, sólo hasta los 50 años vislumbré el camino despojado de egoísmo que me conduciría a la realización transpersonal, el arte para sanar, para a los 60 años encontrar por fin mi Voz Interior.
¿Cómo puedo darles una receta que, al estilo del café soluble, les disuelva instantáneamente el ego en el infinito océano de su Conciencia? La siguiente historia, que me contó un médico del barrio chino de Nueva York, podría serles de utilidad:
“A un emperador que amaba la pintura un día se le antojó tener en la sala del trono un retrato de un gallo de combate, y para ello pidió que le enviaran al mejor pintor.
Llegó ante él un maestro de maestros. “¿Cuánto demorarás en traerme el cuadro?”. “¡Majestad, si usted desea el mejor retrato de tan noble animal, es necesario que me otorgue seis meses!”. El emperador accedió y el pintor se encerró en su taller.
Apenas se cumplió el plazo, el soberano reclamó la obra. El maestro anunció que aún no la había terminado y solicitó otros seis meses. El gobernante, después de un acceso de cólera, accedió al pedido. Luego del tiempo pactado se apersonó, rodeado de un impresionante séquito, en el taller del artista, quien se excusó nuevamente y pidió tres meses más.
El mandatario enrojeció de furia: “¡Sea, pero si para ese entonces no has terminado, haré que te corten la cabeza!”. Pasados los 90 días el monarca, seguido por sus verdugos, corrió hacia la casa del pintor, y éste los hizo pasar al taller, en donde sólo había una gran tela en blanco. “¡Cómo! ¿Aún no has hecho nada? ¡Ordenaré que te corten la cabeza!”, vociferó el emperador. El pintor, sin hablar, tomó pinceles y colores, los mezcló rápidamente y con velocidad vertiginosa pintó el gallo más hermoso que se hubiera visto en el Imperio.
La belleza del ave era tan intensa que el emperador, arrobado, cayó de rodillas ante la obra maestra. Cuando se repuso de la emoción, volvió a encolerizarse. “Reconozco que eres el mejor… ¡pero haré que te degüellen! ¿Por qué me has hecho esperar tanto tiempo si podías haber cumplido mi encargo en unos minutos? ¡Te has burlado de mí!”. Entonces el maestro invitó al mandatario a visitar su casa. ¡Había miles y miles de dibujos de gallos, estudios anatómicos, aves disecadas, huesos del animal guerrero, innumerables intentos de cuadros, apuntes, libros sobre su crianza y corrales llenos de gallos vivos!
Tras la facilidad de un genio, hay años de estudio, trabajo y sufrimiento. Los alquimistas dicen: “Lee y relee, estudia, ora y trabaja; vuelve a leer y a trabajar y un día hallarás lo que buscas”.
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