Las tradiciones que deberían morir
Érika Rivero Almazán / EDITORA DE MÁS SANA
Las tradiciones son hermosas: representan los usos y costumbres que pasan de generación en generación y son capaces de distinguir a un país, una comunidad o una familia, y por lo tanto ayudan a su cohesión, unidad y vigencia.
De ahí su importancia y la explicación del porqué sus integrantes son capaces de asumir los más altos sacrificios para que subsistan y permanezcan.
Sin embargo, hay tradiciones muy arraigadas en nuestro país y en nuestras familias que deberían morir… ¡cuanto antes y para siempre!
- La madre abnegada y sobreprotectora. Este tipo de mujer suele ser muy infeliz y reproduce esa desdicha en su descendencia. Por lo regular cría a “machos” o a hombres débiles, dependientes, enfermizos e incapaces de convertirse en verdaderos proveedores para sus propias familias, o en su contraparte, a mujeres inseguras y desdibujadas. En México abundan las mamás Luchas que manipulan a sus hijos, a su marido y a quien se deje con su auto victimización, su “dolor” o su enfermedad: la máscara perfecta para disfrazar su perversidad y egoísmo. La tragedia es que —por lo regular– se salen con la suya y dominan a sus hijos hasta someterlos a su voluntad… y no tienen llenadera: se entregan con abnegación a los demás, pero a cambio lo exigen todo.
- Los padres ausentes. La demostración de afecto es una debilidad para estos hombres, que por lo regular fueron criados por una mamá Lucha y un papá “macho” y ahora repiten el prototipo, sintiéndose incapaces de mostrarse cariñosos con sus hijos y hasta con su esposa. Se la viven en el trabajo y permanecen ausentes de sus hogares, sin crear lazos de amor o compromiso. Esta patología afectiva puede llegar al extremo, hasta abandonar físicamente a su familia.
- Los “machos” violentos”. México —y en especial Puebla– es el prototipo a nivel mundial de la violencia contra las mujeres y los feminicidios.
- El “agandalle”. El abuso de la fuerza para imponerse, la ignorancia y el egoísmo son el caldo de cultivo de esta práctica tan común en nuestro país.
- El no creérnosla y hacernos “chiquitos”. La carencia de amor propio hasta dudar de nuestras cualidades y aptitudes es un veneno para el progreso para nuestro país.
- La corrupción. Aunque existe en todas partes del mundo, en México parece una rutina “práctica” para solucionar problemas, sin darnos cuenta del daño que le hacemos a nuestra sociedad al ser partícipes de la impunidad, el desorden y la falta de ética.
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